Prólogo a Psicopompo de SIKE
I
Empezó a dibujar de forma autodidacta desde muy pendejo a partir de su fascinación por el animé y la historieta. A los 14 años, por culpa de Dave Mc Kean se metió de lleno en el collage y nació su atracción por lo digital. Al poco tiempo se puso a investigar la animación. Gorilaz fue su inspiración mayor: empezó a descargar de Internet programas incomprensibles e hizo el intento de armar algo más o menos digno. Más tarde, con la misma premisa de “hacelo como puedas” encaró la construcción de muñecos y escultura en madera.
Recién a los 16 años se topó con el universo de la pintura por un libro perdido en la casa del padre. Era Klimt. Lo miraba con algo de culpa, aunque no era pornográfico sabía que estaba lidiando con una carga erótica mucho más profunda que lo porno. Empezó a pintar solo, y ahí comprobó que sí, que en la repetición del oficio va surgiendo la carne de eso que llamamos expresión (o lo que Cezanne nombraba en términos pictóricos como “óptica propia”). Continuó con el collage, y desde los 16 a los 18 años dibujar empezó a significar también un trabajo sobre los símbolos. Se interesó por los grabados alquimistas medievales, sobre todo por la relación que entreteje lo mágico y fantástico con lo más concreto de lo real.
Más tarde encontró en el Tarot una escuela de la iconografía y nació la pregunta que va acompañarlo hasta sus ilustraciones más recientes: cómo sintetizar un concepto en una imagen, cómo desarrollar ilustrativamente una forma específica de percibir y pensar.
La ilustración icónica le dio la posibilidad de construir desde la imagen aquello para lo cual el humor gráfico y la historieta necesitan valerse de la palabra. Sike se empecina en recuperar la analogía que vivían los egipcios entre imagen y lenguaje, y en esa búsqueda nos aproxima a la diferencia entre el dibujo y la ilustración. Mientras el dibujo apela a un plano sensitivo inmediato, el género ilustrativo intenta resolver de manera gráfica problemas que exceden lo pictórico, en tanto traduce simbólicamente situaciones o acontecimientos complejos, creando una perspectiva crítica en forma de síntesis visual.
II
¿Por qué dibujar, escribir, repetir una serie de sonidos? ¿Para qué? Sabemos que igualmente el dibujo, la escritura o la composición van a quedar cortos. Dice Sike: “no quiero dibujar las cosas tal como son. Hay algo más que quiero atrapar en el dibujo. Capturar lo bello que se da en eso que vemos, aun cuando lo bello sea lo más violento y sórdido que tiene para mostrarnos”.
Su obra persigue las pistas del arte africano, oriental y oceánico, conserva la convivencia del tono lúdico y hasta naif, con lo más terrible. La fiesta trágica de lo arcaico, las máscaras e íconos chamánicos, toda esa estetización de la vitalidad excesiva, conjuga el vigor de sus colores y formas con el espanto más sombrío.
Si la animalidad es el zumbido de una memoria que persiste en lo humano y sirve de desvío para torcer lo que llamamos “humanidad” hacia otras posibilidades, la máscara es el portal hacia esas identidades desconocidas, o simplemente hacia un anonimato que otorga el poder de dejar de ser lo que se supone que se es, y nos reencuentra con una fuerza primitiva y cósmica a veces confundida con la locura.
III
¿Cuáles son los momentos en los que los contornos, los límites de uno mismo se borran? Tal vez haya algo de ese trance en los sueños, pero según Sike, la experiencia más radical de desfondamiento es el sexo. En su universo gráfico habría dos caras del erotismo. La primera ligada un proceso de desarticulación y ausencia de peso, a un estado de ingravidez generado por la delicadeza y la suavidad de cierta coreografía involuntaria de los cuerpos. Y otras en las que quedamos subsumidos en un nivel de intensidad completamente distinto, un grado de tensión y violencia que pareciera destrozar esos mismos cuerpos si éstos no se detienen a tiempo. Esas escenas de antropofagia y violencia de sus dibujos son una estetización de la fragilidad de nuestra carne humana, y una caricatura trágica de las relaciones de poder. Caricatura porque sus contorsiones, rasgaduras y mutilaciones son indoloras, anodinas, higiénicas. No hay sangre, no hay dolor. Son cuerpos blandos, impolutos, casi etéreos. Sike dixit: “es como si cortaras una manteca”.
IV
Aunque es en el plano de los sueños donde se enfrenta con la inmensidad de forma más recurrente, en estado de vigilia hay ocasiones donde lo asedia cierta culpa al sentir que podría quedarse pasivamente en un sitio mirando sin fin. Mirar cómo pasa la gente, sólo eso. O en los viajes, quedarse sentado sobre una piedra en un paisaje inhóspito, fundiéndose en esa quietud. Ser parte del paisaje se torna la sensación más placentera, una calma de la cual le es dificultoso volver.
En general lo desértico es entendido de forma peyorativa, como el resultado del desastre, la caída o desaparición de aquello que hacía posible la vida. Sin embargo, Sike ve en el desierto su costado más inquietante, su belleza: por más que el vacío asuste, de ese mismo vacío nacerá la contemplación. Pasó la ola, arrasó con todo y queda el silencio, queda esa calma como un suspiro absoluto. Algo de esa vivencia aparece como motivo en sus paisajes. Las fábricas abandonadas, derruidas. Los escombros y restos del tsunami. Qué es lo bello que alcanzamos a vislumbrar en un paisaje catastrófico. Hay paisajes que solemos interpretar desde una perspectiva puramente humanista, en relación al acontecimiento que los generó, pero al introducirnos en ellos, al abandonar las representaciones y recorrerlos, pueden ser también el umbral de experiencias perceptivas y visuales que nos sumerjan en atmósferas oníricas, alucinadas.
Sike piensa que no hay mucha distancia entre un barrio industrial abandonado y algunas imágenes surrealistas. Encuentra en estos paisajes inhóspitos cierta sensación de soledad sin tristeza, la soledad del juego o del sueño, algo así como un parque de diversiones vacío, todo para él.
V
El caos parece ser la forma en que se le aparece el mundo a nuestra capacidad de sentir. Tal vez el dibujo sea el intento de hacer visible esa experiencia y de producir una mirada que aquiete mínimamente lo que es mudable por naturaleza. Ese caos aparece en Psicopompo de forma abigarrada, por tejido y superposición de capas. Se respira en sus imágenes una voluntad de aventura y descubrimiento opuesta a la búsqueda de lo estable, lo ordenado y lo perfecto. El gesto sería atrapar una imagen del caos sin intención de comprenderlo o imponerle un orden ficticio. Primero llevó a fondo ese proceso con el fotomontaje y su dinámica accidental. Después, empezó a componer sus propios dibujos con la misma lógica de superposición, cierta acumulación de elementos heterogéneos sin relación previa, que en cercanía construyen un sentido nuevo.
El fondo, ese caos que amenaza la estabilidad de la figura, irá ganando lugar de a poco. La figura aparecerá primero despojada, impresa sobre fondos planos. Progresivamente, esa naturaleza caótica del fondo comenzará a ganar protagonismo, y ya hacia el final, en la serie Páramo, hará desaparecer la figura para construir una presencia desde la naturaleza propia del paisaje.
VI
Qué posición ética, si la hay, debería encarnar la capacidad de producir imágenes, en un contexto de comunicación donde la imagen impera y su código posee el poder más inmediato sobre los deseos y conductas. Dibujar es también un entrenamiento de la mirada. En rigor, hay que saber poner coto al consumo visual, o entrenar la percepción para establecer el límite a partir del cual mirar deja de ser una herramienta para construir imágenes propias y se transforma en un automatismo pasivo o reproductor de lo dado. Dice Sike: “Hay una responsabilidad mínima que es ilustrar al menos los estereotipos más recurrentes, desmontarlos, desnudarlos desde alguna perspectiva crítica. A nivel político, dudo del alcance real que pueda tener una imagen sobre la vida de los demás, más allá del impacto momentáneo. Al mismo tiempo, creo que inevitablemente, sobre todo quienes tratamos de producir algo, nos hemos encontrado con imágenes, músicas, ideas y libros que nos modificaron”.
Un disco, una novela, una pintura, una biografía, ¿cuánto cambiaron materialmente nuestra vida? No podemos precisarlo, pero tampoco podemos negar que nos hizo ser esto que somos. Si la práctica es una cosa en sí, el ingreso más evidente en la inmanencia, para qué seguirle demandando a esa experiencia constitutiva un efecto, un fin, un proyecto. La practicidad absoluta es el disfraz de una quimera, y una quimera que convierte la vida en algo triste de fondo por el hecho de no alcanzar nunca sus pretensiones. Tal vez la realización misma del arte sea el acceso a esa temporalidad inmanente que amplía nuestra capacidad de dejarnos afectar por la vida. Aún sin finalidad, la obra requiere cierta forma de vivir para ser realizada, y nuestra existencia requiere el desarrollo de algún vínculo amoroso con la vida para enriquecerse. No sabemos para qué sirve, pero la alegría de saberse vivo es un hecho irrefutable.
VII
Facu (Sike) es un dibujo continuo. Si fuera por él, no haría otra cosa más que dibujar. Dibujar es pasar a través de, entrar y salir de una corriente, de una temporalidad. A esa manía de dibujar traslada una experiencia profunda de su contacto con las cosas: la dificultad de asirlas, la desesperante sensación de volatilidad. Sike es también una presencia de ese tipo, gaseosa, brumosa, sutil. Su imposibilidad de aquietar el mundo, de mantener las cosas un rato en “su” lugar, lo reenvía a su obra: ahí hay otras velocidades, otros ritmos que con su trabajo constante fue aprendiendo a descubrir.
Ahí sí puede asumir lo incierto, lo perecedero, lo efímero. Los dos pensamos que se trata de eso, de asumirlo, pero también de afirmarlo con un gesto.